jueves, 24 de junio de 2010

La Muerte loca

Por: Aldo Rodríguez




“Sólo la dosis hace a algo veneno” Paracelso

Se vive en una guerra, que está perdida.
Las balas, no los narcos, ni los militares, ni los buenos ni los malos, sino las balas, son ahora las vencedoras de una guerra que se combate de manera bestial, de gente civilizada que se comporta como animales mordiéndose por un territorio y dejando manchas de sangre por las banquetas, los cristales de las tiendas, los coches.
El miedo se difunde, se hace un comercio de él. Los medios muestran el peor rostro de la ciudad, muertos, degollados, ajustes de cuentas. La gente los consume y traslada su miedo a otro lado, a lo que causa, esa violencia.
La droga se sataniza y así se justifica que haya una guerra. Se tocan los nervios de la gente, “tus hijos pueden caer en la cocaína, la marihuana”. ¿A quién temerle? ¿A los narcos, a las drogas, a los “representantes” del pueblo que hacen guerras a los narcos y a las drogas? ¿A todos?
Mientras todos nos matamos o nos protegemos, la droga circula libremente. La gente, la policía, Calderón, Dios, todo el mundo sabe dónde encontrar droga. Todo el mundo conoce a alguien que consuma droga. La droga circula por la ciudad y por las venas de la sangre como lo ha hecho desde antes de las primeras civilizaciones.
Imaginemos que la guerra contra el Narco se gana, que los traficantes terminan en una fosa común y sus bienes pasan a ser, como siempre, del Estado. ¿Qué pasará con los usuarios? ¿Serán tan ingenuos como para pensar que simplemente, la droga desaparecerá o los usuarios dejarán de buscar y consumir?
La droga seguirá ahí, y con ella la ignorancia si no se combate un mal, con el racionamiento. Si casi la mitad de una ciudad es adicta, debe ser porque esa ciudad por sí misma hace daño. Escohotado afirmó alguna vez en una entrevista que una ciudad que crece y se desarrolla, deja cada vez menos espacio exterior al ciudadano. Un pobre tipo en una gran ciudad debe vivir en un espacio que paga con trabajo y estrés por cada metro cuadrado. Entonces, el individuo busca expandir el espacio interior. Es decir, el espacio físico se me cierra y me devora, entonces busco expandir el mundo intelectual, a ver si sirve de algo.




Hoy la simple y corta palabra “narco” nos hace temblar.
Los Narcocorridos son escuchados por el pueblo, y los más siceptibles consideran una grosería que un grupo de sombrerudos les haga canciones a sus héroes, que muchas veces on asesinos y traficantes de drogas. Una narco ejecución ya no es sólo un asesinato cualquiera, no, hay detrás toda una red de delincuencia organizada, una venganza, un juego de poder creado a base de muerte y negocios insalubres. Y, para terminar, para completar el mito, tenemos el Narcoshow, nunca he escuchado en otro lado este término aunque tampoco me atrevo a sugerir que yo lo inventé. Más bien, se ha ido alimentando sólo, ha ido creciendo como un niño al que hace falta alimentar para que crezca; no puede haber cobrado el tamaño que tiene de la nada: noticias en la tele y en los periódicos con palabras en rojo que inician con “narco” y terminan con una fotografía de cuerpos degollados o baleados, apología a los narco corridos, músicos involucrados en fiestas de traficantes, asesinatos accidentales de gente inocente por parte de nuestros benefactores (los militares), y más historias a las que estamos ya acostumbrados y que han empezado a tener auge gracias a cierta guerra que está de por sí, perdida, como bien lo dice el Mayo Zambada en una entrevista que le hace Proceso (2010).

Todo esto ha derivado en una cosa más o menos ambigua y deforme que se conoce como Narcocultura, que, si diéramos a las palabras la importancia que merecen, significaría algo así como la cultura derivada de fármacos que provocan estupor o somnolencia. Pero, dándole a los medios informativos el valor que merecen (o sea, el de imponer su forma simplista de recibir y mostrar cierta información), deberíamos llamar narcótico a todo aquello que pueda ser considerado una droga, da igual si su fin es dormir a un cuerpo, o al contrario, despertarlo y aclararle la mente.

Otra palabra que nos causa pesar es la de cultura. Si yo fuera un extraterrestre y empezara a conocer el idioma, definiría a la cultura del narco como el conocimiento, la información y el uso del narcótico, o de la droga. En cambio, en México la droga y el usuario no tienen ningún interés, por el contrario, la narcocultura no es la cultura del narco, sino la cultura del tráfico y los traficantes de sustancias ilícitas que no necesariamente son narcóticos. Como habitante de otro planeta e ignorante de éste, esperaría que la “narcocultura” nos hablara de la forma de comportarse y de ser de las señoras asiduas a los productos de Pfizer, para empezar. O las pulquerías que provén de su vicio a sus folklóricos parroquianos.

Esto que he dicho muestra, según yo, cómo a la droga, a su conocimiento y estudio, se le ningunea, igual que al usuario que sería en todo caso el principal afectado en esta lucha de poderes (gobierno contra traficantes). Pero él es el enfermo, el herido, el que ha pasado por quién sabe cuántos dolores en su vida que lo han convertido en un ser que no puede vivir sin su sustancia amada. Los medios informativos, como he dicho, son en gran parte responsables. Son ellos quienes hasta hace unos años, produjeron, según Eduardo del Río (Ríus, 2000), montones de alcohólicos hasta que se les puso fin a la publicidad en televisión. Son ellos quienes te recomiendan drogarte con varias dosis de café al día para que levantes tu ánimo y rindas más, pero también te recomiendan que vivas sin drogas (pero no especifican cuáles exactamente). Una estrategia publicitaria bastante efectiva a favor de las drogas (recordar la manzana de Eva, el deseo de lo prohibido), tan sólo en la Ciudad de México, el cuarenta por ciento de las personas usan drogas constantemente (Raúl Monge, 2009), sin necesidad de modelos anunciando cocaína ni rastafarios anunciando marihuana. No por nada Guillermo Fadanelli (2010) dijo que quién se empeña en luchar contra “las drogas”, como concepto general, lucha en contra del demonio, de la nada.

Pero no es momento de defender a los medios ni a quienes lucran con conceptos globales en los que encierran lo que les apetece, sino el fondo del asunto y a los principales afectados, a la droga y a los consumidores. Éstos últimos invadidos por dos vías distintas, opuestas incluso y a las que no se puede escapar.




Imaginemos a un trabajador estresado al que un malísimo y cruel amigo invita el primer cigarro de marihuana; el trabajador, hombre mayor, cansado y sin grandes metas en la vida decide que la marihuana le puede hacer ver la vida con un poco menos de pesimismo, que las noches ya no serán de cansancio y rutina familiar sino de risas y relajamiento. Éste hombre, interesado por la nueva planta que acaba de conocer, busca información acerca de ella; pero quizá no tiene Internet y no está acostumbrado a leer ni mucho menos a visitar una biblioteca. En la tele jamás hablan de ello, o al menos, nunca de una forma honesta poniendo los pros y los contras sobre la mesa; entonces la cultura de la droga y de la reducción de daños está automáticamente marginada, se convierte en una subcultura estudiada casi únicamente por algunos consumidores (o lo que es lo mismo, delincuentes o enfermos en el mejor de los casos). Entonces quizá el hombre no busque información y se quede en la ignorancia al respecto de su nuevo juguete. Imaginemos que al hombre le gusta tanto la marihuana que decide buscarla, sin embargo no es tan fácil como ir a pedir una caguama a la tienda o una cafiaspriina a la farmacia. ¿A dónde tiene que recurrir? Al diabólico mundo de la narcocultura, el hombre tendrá que buscarse a un narcomenudista que le venda por un precio que no puede comparar, tendrá que fumar una hierba que no hay modo de saber exactemente qué es o qué contiene y entonces, inevitablemente será cómplice directo o indirecto de esta cultura que ya tiene muchos seguidores, parte de su dinero servirá para comprar cuernos de chivo, botas o sombreros para que el mito del narco siga vivo. El consumidor tiene que ser parte de una cultura en la que en un principio no cree, pero que ha crecido subterráneamente sin más intereses que el dinero, la competencia, los territorios. Cosas ajenas a la sustancia en sí.
Todo por un poco de marihuana que bien puede crecer en cualquier jardín.

Cualquier persona que use una droga ilegal, está amarrado en los rieles del metro y dos vagones están a punto de pasar sobre él. Uno de ellos es el riel de la cultura del narcotráfico, el otro es la cultura de la droga. Los medios insisten en que el traficante es un hombre malvado, asesino y poderoso (qué escándalo armaron cuando apareció el Chapo en la revista Froves), insisten en que si te metes a sus filas, terminarás en prisión o muerto pero tendrás autos, cuernos de chivo, vivirás pocos años pero con dinero y poder. Los narco corridos recrean historias de héroes que incluso ven por su pueblo, las noticias muestran a traficantes que les dan trabajo a los jóvenes y que son honestos en su forma de proceder, contrario a un gobierno al que le importa muy poco la gente y que ocultan crímenes del mismo calibre que los narcos. Dos poderes parecidos, pero uno de ellos honesto, trabajador, violento e implaclable. El otro, mentiroso, manipulador y violencia. ¿A quién creerle, de qué lado ir, de los asesinos honestos o de los asesinos mentirosos; de los asesinos que te ofrecen un buen trabajo o de los asesinos que te ofrecen tres pesos por tu alma hasta el día de tu jubilación? La narcocultura va creciendo e incluso gente que no tiene que ver con ello, siente que sí lo está, que forma parte. Escuchar determinada música y vestir de cierta forma les hace sentirse parte de esa cultura, y quién sabe, quizá lleguen a ser parte de sus filas alguna vez. Han aprecido videos en Internet en los que se asesinan a personajes que trabajan para cierta organización delictiva, en los comentarios de dichos videos se suelen apreciar algunos de gente que se declara a favor y parte de dicha organización. La narcocultura va creando fanáticos y, a mi parecer, negativo, pues incluye un culto a la violencia que incluso los medios se han encargado de enaltecer. Violencia a la que nos acostumbrados sin más remedio.

Pero en cambio, nadie hace difusión de visitas de gente como Alex Gray o Albert Pla a nuestro país, promotores de la cultura y el conocimiento de las drogas. Nadie pregunta su opinión al Filósofo Escohotado respecto a estos momentos en los que la droga, o mejor dicho, los vendedores de droga, gente criminal, sean quienes luchan (aunque sea por el dinero) contra lo que Escohotado (1996) llamaría la cruzada contra las drogas. No, aquí es políticamente incorrecto informar sobre drogas ilegales, dicha palabra satanizada y manoseada al antojo de unos cuantos. Hace poco vi en una telenovela que alguien decía a su doctor: No quiero tener que tomar drogas para estar bien, doctor. Y el doctor (o el actor), basado en los guiones políticamente correctos de TV Azteca respondía: No son drogas, son tranquilizantes. ¿O es que las drogas dejan de ser drogas cuando se usan con fines médicos? Lo dudo, sólo la dosis hace de algo veneno.

El consumidor de sustancias sin receta siempre estará ahí, pidiendo drogas a quien las ofrezca. Hoy, por desgracia, y a fuerza de ningunear a los consumidores, los narcos se han ido abriendo paso a fuerza de violencia y corrupción (ésta última parte fundamental de la cultura no sólo del narco o del consumidor, sino del Mexicano) y son ellos quienes compiten entre sí por la distribución. No hay libre mercado, sólo balazos en los que resultan afectados incluso gente que nada tiene que ver. Los precursores de la guerra contra el narco creen que es la droga la que asesina a la gente, sin preocuparse por saber si es verdad o no (o incluso quizá lo saben y hay otros intereses detrás que no permiten el libre acceso a la droga), ignorando a quienes usan y estudian dichos fármacos. Fármacos que en su mayoría fueron usados con fines médicos. Si en las escuelas nos explicaran cuánta cocaína necesitamos ingerir para quedar fríos, no disminuiría su consumo, claro que no, pero el usuario sabrá qué hacer o no hacer para esquivar esa muerte que entra por la nariz y se convierte en placer. En cambio nos dan balas y guerra, balas que entran por cualquier parte del cuerpo y se convierten en muerte, en dolor, en sillas de ruedas de por vida.
Si hubiera acceso al conocimiento abierto y desprejuiciado de las drogas, será exactamente eso, conocimiento, cultura general. La cultura de la droga será una opción para el inculto y la atención médica un remedio para quienes gusten de la vida loca. En cambio con guerra y criminalización sólo accedemos a la marginalidad, al ocultamiento, a la ignorancia y, cómo no, a la muerte loca.

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jueves, 24 de diciembre de 2009

Regalo navideño para todos mis amiguis



Pequeño presente de mí para ustedes, la bandita, los amiguis, los entrañables... Gracias por este año lleno de satisfacciones. Espero disfruten de este disco anti navideño mientras yo me pregunto por qué la pinche virgencita no abortó.
Les dejo la portada, para bajarlo den click aquí.

domingo, 29 de noviembre de 2009

See you

*

Blog en mantenimiento. Vuelvan la semana próxima. los amo mil. los idolatro.

El Filósofo Willi Milano aconseja algunas sanas e intelectuales actividades que puede hacer nuestro estimado público durante nuestra ausencia:
-Visiten redtubi o poringa en compañia de sus hijos y/o sobrinos.
-Vayan con la más vieja de sus tías y denle un apasionado beso en sus tiernas verrugas.
-Inhalen y descubran los placeres del chemo mientras leen Simón simonazo y escuchan cumbia cristiana. Es bueno para la salud.
-Prueben escribir un tratado sobre el olor a pies.
-Filmen un videoescándalo de algún ser querido y súbanlo a Youtubi, recuerden reunirse con la familia para verlo.
-Inventen chismes sobre sus amigos. Y practiquen el cyber bulling con ellos.
-Háganse adictos al queso manchego y funden Mancheadictos anónimos.
-Filmen un documental sobre la importancia histórica y filosófica de los piojos en las escuelas públicas.
-Échense una tacha con Jimmy Huitron y canten Mi Carcachita.
-Finjan una enfermedad mental para entrar al teletón y hagan alguna gracia para hacer reír a Lucerito y que se le escape un pedo.
-Hagan un cover de Chavo banda de los Heavy nopal en versión Ghotic Psychodelic Trance.
-Vean Plutón BRB Nero y acosen a Alex de la Iglesia en su blog.
-Mil cosas más.

Los veo en un par de semanas.
*Willi Milano nació en el DF en 1942. Estudio Filosofía urbana escuchando a Rockdrigo y posteriormente a Amandititita. Está casado con Shakira (una yegua de cinco patas) y vive en un rancho al norte del Estado de México. Es autor de "Toreros sí, toros no", "Musicoterapia para sordos" y "Cómo asesinar a tu abuelita".

miércoles, 4 de noviembre de 2009

No satisfacción

*Dedico este ensayo a Manolo kabezabolo que dio un show tremendo en la ciudad de México a pesar de que sólo habíamos dos o tres fans.

No satisfacción
Hace unas semanas volví a ir a una tocada punk después de varios años, el recital estaba a cargo de un cantautor punk español que venía por primera vez a México. Como es costumbre de los fans, nos preguntábamos si cantaría más temas clásicos que temas promocionales del nuevo disco que nadie conocía y nadie quería cantar, una duda eterna que no se resuelve hasta que se está en el evento. Resultó que el concierto fue un recorrido de su discografía desde los ochenta hasta los discos actuales, y creo que nos dejó a todos muy satisfechos. Yo me lo sospechaba, porque no puede venir una leyenda del punk rock ibérico a México y tocar sólo temas de un disco que ni va a vender porque todos se lo bajarán de Internet. Mientras tocaba esos temas que a todos hicieron mover, en medio de cervezas, anfetaminas y cuerpos sudorosos que gritaban y agitaban las cabezas, me pregunté si en verdad se disfruta tanto cantar las mismas canciones durante los últimos veinte años. Quitar algunas del repertorio y tocar los éxitos de los discos más recientes. Debe ser horrible, repetitivo, aburrido incluso. Mick Jagger debe estar asqueado de siquiera mencionar “I can´t get no satisfaction”; para él, cantar ese tema debe ser como parpadear, como un tic que sin embargo cualquiera, incluyéndome, desearía haber desarrollado.

Mi hermano tuvo la culpa de mi primer acercamiento a la musical y la estética. Tenía yo unos diez años cuando entraba a su cuarto y lo veía todo muy claro desde entonces: el rock and roll y las guitarras eléctricas eran la pura neta, cuando lo veía tocar a un lado de sus posters metaleros agitando su mata, creí que no habría nada más en mi vida, que poseer una guitarra sería lo mejor del mundo. Es facil llevar una y uno no hacía mas que rascarle un poco a las cuerdas para sacar esos sonidos que para esos tiempos ya no asustaban abuelas ni a profesoras de secundaria, pero te hacían sacudir la cabeza a pesar tuyo, pensaba. En ese tiempo descubrí, aunque sin saberlo, mi extrema melomanía. No era un clavado, la verdad, como mi hermano. Escuchaba sus discos de heavy metal al tiempo que también disfrutaba de las canciones rancheras de mamá o los discos de rock clásico de papá. ¿Qué más da un disco que otro? En casi todos ellos encuentras algo nuevo y fresco, incluso cuando escuchas discos hechos hace cuarenta años. En la adolescencia, según la canción de Fernando Márquez, el Zurdo, se carece de prejuicios tontos, y era verdad. No estaba casado con ningún tipo de música, era fiel a toda. Pero pronto perdí ese amor puro y comenzó mi amor por lo excéntrico.

Entrados mis quince años ya poseía, como todos los adolescentes idiotas, la verdad absoluta, según yo. El punk rock era lo más y el metal era para escucharlo alguna vez entre semana. Me cerré a toda la demás música sin más motivo que la estupidez. Aunque fue divertido. Además, en la intimidad de mi cama descubría otro de mis placeres, la literatura. Pero escribir nunca llevaba a nada a los quince o dieciséis años y en las tocadas podías beber cerveza y fumar marihuana casi siempre con tranquilidad. Todo bien hasta que ocurrió mi primer decepción. Qué fácil se veía agarrar una guitarra y soltar gritos. No lo era. Durante mis primeras lecciones de guitarra dije: qué carajo es esto. Me ponían a repetir hasta el hartazgo los mismos movimientos sin llegar a nada, ¿Dónde estaba el arte? En la literatura uno al menos es libre de escribir relatitos ingenuos exagerando aventuras infantiles y auto justificándose. Unos cuantos teclazos, dos mentadas de madre y ya. Eso era la literatura para mí, y las teclas eran mucho más fáciles de tocar que una guitarra o un bajo. Cuando por fin aprendí algunos acordes, intenté sacar “Good save queen” o “The passenger”, pero nunca logré igualarlos. Eso no fue lo importante, pues había visto músicos con poco talento musical pero ingenio para la composición y yo quería escribir canciones. Aún tenía esperanza. Pero ahora, sin vergüenza ni resentimiento puedo decir que nunca tuve el más mínimo talento para hacer una canción, me parecía imposible y hasta hoy lo sigue pareciendo. La música nunca fue lo mío. Y ahora puedo decir con cierta tranquilidad pero no sin envidia, que puedo sentarme frente a la computadora, ver videos, leer, jugar o chatear mientras se me ocurre alguna idea repentina, escribirla en word una sola vez, corregirlo otras cuantas y ya, olvidarme del asunto, escupir la idea antes de que me haga daño. Me puedo incluso arrepentir de escribir cualquier cosa y nunca tendré fans bobos que me exijan que les lea en público un cachito de tal texto, una y otra vez.

Como soy un necio, incluso formé un grupo con algunos amigos. Cantábamos fatal y tocábamos peor. Isac rompía las baquetas en su batería corriente que sonaba como cubetas golpeadas. Omar tocaba el mismo círculo en el bajo en cualquier canción. Javier, el que más rápido se cansó de nosotros daba su toque de ska con la trompeta a nuestras canciones indefinibles. Y yo utilizaba los mismos cuatro o cinco acordes como los dioses me dieran a entender. El resultado fue vergonzoso: tres sesiones de ensayo y la mayoría lo dejamos. Seis horas emborrachándonos en un cuarto casi desocupado de casa de Isak para tocar tres canciones y tocarlas mal. La tortura terminó cuando me di por vencido. No era tan fácil hacer un London Calling. Sólo Isak siguió tocando y se unió a una banda, llevan varios años y parecen un matrimonio. Se disgusta más con su bajista que con su novia (a la que también ha dejado, por culpa de la música), y ahora debe ir a ensayar tres veces a la semana y tocar dos; cinco días a la semana como cualquier empleado.

Yo seguí con la literatura: escribir dos o tres ideas acumuladas como en un bote de basura que se desparrama no me costaba tanto como hacer una canción. Dejé de ir a tocadas pero robaba libros en gandhi (el espíritu puberto-punk seguía ahí) y así conocí a Kiko Amat (¿o fue a Nick Hornby?), y me enamoré de uno de sus personajes del que no recuerdo ni su nombre. Era un Dj y coleccionista de discos que veía a los músicos moralmente inferiores a los melómanos y fetichistas de la música. ¿Qué otra escusa necesitaba? Ahí estaba lo mío. Comencé a bajar música, hartarme de ella, deshecharla, serle infiel y volver con ella tres años después desde la comodidad de mi cama sin que ningún dios me castigue. Trato de manejar a mi antojo mis ideas y mis canciones sin tenerle que ser fiel a ninguna. Puedo hacer personajes tan cínicos y autojustificadores como los de Amat o Hornby y desandar mis pasos, arrepentirme a mis anchas. Ahora que volví a ir a una tocada punk después de mil años veo a ese cantautor como una especie de dios que no deja de eyuacular música y maldiciones, pero su castigo es repetir las mismas ideas hasta el hartazgo, incluso cuando ha dejado de creer en ellas. ¿Qué será de Megadeth ahora que Mustain sólo debe cantar para alabar a Cristo? Sus fans querrán cantar los temas clásicos, chingá.
Y ahora me veo a mí, y prefiero verme como un aferrado a parir y abandonar ideas que no son pegajosas para nadie y aquél que las lea, quizá pensará en ellas y luego las olvidará, las olvidaremos juntos. Todo lo contrario a una tonada que te infecta el cerebro y no puedes dejar de repetir en tu mente, como si se tratara de estornudos incontrolables, de la influenza porcina. Ni modo. Sólo me queda conformarme con el olvido de la literatura porque se me hace más fácil, y acaso para tener algo en común con esos buenos músicos que se llegan a hartar de sí mismos: la absurda idea de creación.
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martes, 3 de noviembre de 2009

Gente chismosa

Pues nada, no voy a venir a regañar a nadie, porque todos semos culpables, ¡no seamos putos!
Moralizar no es lo mío. al contrario, les agradezco amigos míos, su inspiración para mi FUTURO BEST SELLER que tentativamente se llamará Cábula Canibal y el personaje principal será Lajaula.net, aunque con seudónimo.
Esperen nuevos chismes en la página, que son para mí lo que Las musas de carnes insostenibles para Arturo Sodoma. También esperen avances de la novela Cábula Canibal. Mientras les dejaré un ensayo sobre música.
(Por cierto, basado en la publicidad como la que se hizo Eskorbuto, y conservando ese espírito punk de delincuente juvenil he empezado a rayar la ciudad cual grafitero en bardas de colores aburridos. No se espanten si de pronto ven rayado en el baño de su walmart preferido el link de este, su blog amigo)

domingo, 18 de octubre de 2009

Feliz día a todas las Menopáusicas del Mundo


Hoy 18 de octubre se celebra el día de la menopáusia. Espero que ustedes, señoras que alegran nuestras tardes, noches y mañanas, se lo pasen bomba! que sus maridos las lleven a comer a KFC o les den un globo en forma de Trompas de Falopio como bonito detalle. Sin más. Besitos

martes, 13 de octubre de 2009

México Canibal

En México tenemos una gran variedad de comida a la que por desgracia no todos tenemos acceso. Existen los platillos más elaborados como los tradicionales chiles en nogada. También las fritangas más grasosas que todos los mexicanos hemos comido alguna vez: con o sin culpa. Existe la no menos rica comida rápida, casi toda ella con origen norteamericano y perjudicial para la salud como todo lo bueno. Sin embargo, muchos mexicanos actualmente no pueden darse el lujo de comprar carne, y mucho menos consumir en una cadena internacional como McDonalds, donde por cincuenta pesos te dan una hamburguesa del tamaño del ratón de la computadora donde escribo esto.
Considerando que no todos tienen el acceso a comer lo mismo, y que vivimos en un tiempo violento donde estamos más acostumbrados a ver cadáveres que familias felices, podríamos utilizar esos cuerpos inservibles para alimentarnos. Sí, sería un gran gesto de humanismo, otorgar nuestro cuerpo para el bien de los hambrientos; imagínense: tacos de nalga, de tripa, de cabeza, de panza. Un pozole con las piernas gordas de Elba Esther Gordillo para curar una cruda. Miles de posibilidades. Cuánta felicidad existiría en los funerales si en vez de lágrimas y voces bajas hubiera banquetes y carcajadas amistosas.

Los aztecas, así como nuestro caníbal contemporáneo Gumaro de Dios, afirmaban que al comer la carne de un individuo, te alimentabas no sólo de sus componentes nutricionales, sino de sus capacidades y aptitudes. No estoy muy seguro de ello, pero puedo decir como aficionado a la carne de cerdo y de res, que durante el tiempo que las he comido, me he hecho con un cuerpo más o menos humano pero que parece el de un cerdo y conservo la apatía y la pereza de una vaca en el campo en un día soleado.

Hay gente terriblemente sensible, humana y bienhechora que son capaces de regalar sus órganos a otros después de morir. Gente filántropa que no se detiene a pensar si quien recibirá su riñón, hígado o corazón de verdad lo merezca o le dará un buen uso. Pero qué pasa con la gente que, sin deberla ni temerla nació y ha vivido sin oportunidad de tener un plato de carne en su mesa. Debe ser duro ver a los juniors en sus coches en el autoservicio del Carl´s Junior o Burger King cuando lo único que se tiene de comer son tacos de frijoles con chile casi todos los días, y a casi nadie le importe. Así que si el canibalismo dejara de ser ilegal, se terminaría con el hambre de muchos. La carne humana sería corriente y barata porque los humanos sobran y los hay en todas partes. Como perros y taqueros hay en la ciudad de México

Armin Meiwes demostró que existe el placer de ser devorado, los sobrevivientes de los Andes nos enseñaron que se puede sobrevivir con Carne Humana, Albert Fish, el “vampiro de Brooklyn” nos confirmó que no hay nada más delicioso que unas nalgas infantiles azotadas poco antes de morir, y Gumaro de Dios, que en prisión se teme más a un caníbal que a un asesino y por ende se le respeta más: “Tú te los chingas, pero yo me los como” les comentaba a sus compañeros matones.

¿Qué más nos falta? Los seres humanos han demostrado que les gusta asesinarse entre sí. No necesariamente disfruta haciéndolo (o quizá sí), pero lo hace, y por motivos casi siempre económicos (donde también existe por cierto el canibalismo, pues eso que todos deseamos, la Riqueza, no existiría sin devorar riquezas ajenas). Entonces, si un poco de humanismo queda en esta humanidad depravada y perversa, debería aceptarse al canibalismo como práctica común, pues si entiendo bien y le damos un poco de verdad a la frase: Eres lo que comes, puede que el canibalismo nos haga incluso un poco más humanos y menos bestias.

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